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Un encuentro entre escritores venezolanos + Relato

Kassfinol y Gusmar Sosa


El día del escritor tuve la oportunidad de conocer al escritor venezolano Gusmar Sosa. 
Tengo años conociéndolo por las redes sociales, apoyándonos en cuestiones publicitarias y hasta en sorteo de libros. La verdad una persona encantadora (muy guapo también, los venezolanos somos así... pueden verlo a través de mi jajajaja). Fue una grata experiencia. Por otro lado él acostumbra a escribir historias cuando lo considera necesario. Por ello a raíz de ese encuentro, realizó esta corta historia. 

Les aviso: Es ficción entre realidad. Quien me conozca de verdad, sabrá que tanta verdad hay y que tanto es solo ficción. Otra cosa... yo estoy haciendo un relatos obre el encuentro (Muy erótico y con un final fatalista... así como mi amigo Gusmar). En unos días será publicado. 

Disfruten del relato.

Anoche encontré el amor verdadero, al ser testigo de una historia de amor. Fue accidental. Causal, diría una. Es el Karma, diría otra. No creo en la causalidad, tampoco en el Karma; la verdad es que, a la luz de la noche transcurriendo, entre tragos de ron y cigarrillos, contabilicé mis no creo e irremediablemente despertó mi sed. Me encontré sentado bajo el manto nocturno, un cielo oscuro y silente con huellas borrosas de estrellas que no asistieron al encuentro, una luna mordida por el paso del tiempo, una mesa redonda frente a mí y ellas, dos ellas. No recuerdo la música, al menos no la que en vano intentó conquistar el lugar antes de las tres y media de la madrugada, porque el sonido de sus voces, armoniosas, curiosas, filosóficas, le puso el sabor a canción al espacio inmediato. Fui cómplice de miradas perfectas, que parecían calzar una sobre la otra, y por un instante sentí que sobraba. Intenté excluirme al encender el primer cigarro. Hace tiempo que no fumo, dame para fumar, dijo una. Saqué otro. No, quiero del que encendiste, solamente un poco. Y sin saberlo, al entregarle el cigarrillo, firmaba un pacto de no autoexclusión y caía en otra de las trampas de la vida.
La vida es un evento forzado, ¿tú pediste nacer? ¿No? Preguntas por qué estamos aquí, no hay un por qué. Solo construcciones, conceptos elaborados por la maldición del lenguaje, de la conciencia, por la egolatría de creer que somos especiales, dije, y entonces, justo en ese instante noté que había pisado en falso. Tras una pausa encendí otro cigarro, y aspiré el humo para calmar la ansiedad, mojé mis labios con el ron. Debieron ser tres o cinco segundos de pausa, noté mi mirada esquiva, fue como desdoblarme y sentarme más allá para observar el cuadro frente a mí. Mi presencia contrastaba, era un elemento de novela negra dentro de una historia de romance paranormal. Observé mi barba, las cicatrices que se esconden debajo de ella: el adiós nunca pronunciado de mi hermano, y descubrí que no lo he dejado partir, la mirada acusadora de mis hijos, que no existe sino en el plano donde bailan mis miedos; debajo de mi barba se escondía también el romanticismo impropio de las posibilidades frustradas, el deseo inédito de no morir solo, rara vez admitido, no sé por qué lo admití anoche. Debió ser el amor, que no respeta los no lugares, que se abalanza destruyéndolo todo.
No me gusta ese concepto tradicional de amor que te oprime, que te hace el apéndice de otro, ¿qué función tiene el apéndice? Te lo quitan y sigues viviendo, es insignificante. Dijo ella, una de ellas. Da igual identificarlas, sus nombres son solo etiquetas del juego al que fueron lanzadas. Una de ellas es la mitad de la otra, y en ese punto, escuchar sus dos voces era escuchar una sola. Yo seguía desdoblado. ¿Qué diablos te trajo aquí? Traducía a mi manera las preguntas de ella, de ellas. Y mientras el yo sentado junto a la mesa respondía sin censuras, yo seguía observándome: la mirada cansada: pero aún no es suficiente lo que has visto, espera un poco más; los labios resecos: el ron nunca será suficiente para mojarlos; la memoria perdida: la pared blanca sujetando los recuerdos que acumulados mutan en bestias amenazando con saltarla.
He logrado controlar mis reacciones, no pienso morir de un infarto, no quiero dejar a mi niña antes del tiempo correcto. No cambiaría nada de lo vivido, todo me ha sucedido con un propósito y agradezco las buenas y malas experiencias. Dijo otra ella, o tal vez lo dijo la suma de ambas. Me escuché refutar aquello: no es que todo te sucedió con un propósito, simplemente así decidiste tu interpretación posterior de los hechos, solemos asirnos de la invención de propósitos para darle sentido a la vida, porque somos la especie importante, queremos creer que algo debe tenernos aquí, que todo lo que acontece debe ser por una razón favorable, pero no es verdad, nosotros somos los que estamos agotándolo todo. Fue ridículo lo que dije, lo reconocí lejos de mí. ¿Cuándo fue que te volviste tan fatalista y sombrío? Me susurré al oído, y sonreí observándome tomar el vaso para un trago largo. ¿Hasta cuándo temerás ante tu propio susurro? Otro cigarro.
A nuestro alrededor algunas parejas, por alguna extraña razón sentí que a excepción de ellas dos estaba rodeado de adolescentes que no eran capaces de discernir la noche, que no sabían de crisis. La identidad está en constante construcción, dijo una de ellas, siempre estamos reformulando lo que somos, añadió la otra con perfecta armonía. No sabía si debía interrumpir aquel derroche de melodía perfecta. Construí la historia en mi mente, tenía los elementos, ellas fueron soltándolos uno por uno:
Se conocieron en el colegio, en el que se cruzaron por el poder de la tradición y la no posibilidad de elección. La educación estuvo acompañada de dosis potentes de catolicismo, y debió ser suficiente para hacer de cada una la versión contemporánea de la ama de casa, sumisa y fiel servidora en los asuntos cristianos. Pero no fue así, pudo más la mezcla entre ellas, que la impuesta como directrices éticas bajo las trampas del sistema educativo. Entendí que lo que había entre ellas era un asunto del tiempo; si me permitía jugar en sus propios terrenos, habría pensado que tal vez en otras vidas chocaron sus esencias para amalgamarse en la promesa de un reencuentro futuro. Sí, probablemente venían de una misma muerte, un mismo siglo, una misma posibilidad. Tras el reencuentro, y en cada experiencia compartida, en cada “coñazo de la vida”—diría allí sentado, fumando un cigarro—despertaron las palabras de la promesa compartida al borde de un final que comprendieron el portal para un nuevo comienzo. E irían reconociéndose, en sus soledades, en sus lágrimas reprimidas, en sus frustraciones mudas, en la sed de una compañía verdadera, una en la que lo básico no brillase opacando la oscuridad de noches extendidas para ellas, una compañía en la que una mirada bastara para el entendimiento, donde pudieran volver al lenguaje original, a la ausencia de palabras, a la inutilidad de las excusas, a las caricias que trascienden el tacto. Jugué con la historia en mi mente, mientras observaba las sonrisas que se compartían, los silencios que disparaban entre ellas, la tolerancia innata. Hay cosas que no le cuento a ella, porque sé que no va a poder soportarlo, diría una; ¿qué te sucede? Noté algo extraño en tu mirada, interrumpiría la otra, minutos después. Cóncavo y convexo, diría Roberto Carlos a través de la melancolía de su canción en algún lugar del planeta, y mientras su canción estuviera sonando, lejos del lugar donde estábamos, ellas encarnarían el video clip inédito del hit que desde Brasil, y desde los primeros años de la década de 1960, venía dando giros junto a todas las circunstancias que sirvieron de arreglo para el encuentro.
Luego de construir la historia, lancé la pregunta amenazante. ¿Ustedes dos mantienen una relación lésbica? Se miraron y rieron, me miraron y rieron. Escondieron el rostro una de la otra, sonrieron en sentido contrario. De ahora en adelante, tendremos cuidado al tratarnos si estamos frente a ti, dijeron. Pero no podían evitarlo, las miradas ardían cuando se encontraban. La noche terminó, pero el amanecer no se enteró jamás. Las observé cantando “Creo en ti”, de Reik, como si confesaran un amor mutuo, como si ya, cansadas de no reconocer que nacieron una para la otra, estuvieran dispuestas a rendirse y aceptar que el amor las trajo aquí.
Anoche encontré el amor verdadero, al ser testigo de una historia de amor. Llegué a mi habitación y encendí un cigarro, noté que mi reserva de ron se había agotado, no tuve fuerzas para maldecir por ello; el amor me cansa, el sabor de la vida me agota. No envidio la suerte de ellas, se tienen la una a la otra porque así les sirve la vida, porque decidieron creer que la vida les sirve. Sonreí pensando en la psicóloga, tal vez haría fiesta terapéutica si conociera mis demonios, se cruzó la escritora, podría matar mis demonios en un relato. Encendí otro cigarro, también el computador, no supe cómo llamar el relato.



Estás son las páginas del escritor venezolano Gusmar Sosa: 

Twitter: @gusmarsosa




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