Leí el panfleto que la chica me entregó cuando pasé por delante del local de siempre. En el encabezado aparecía el nombre del restaurante y debajo las fotos de cuatro hombres vestidos de cocineros con los brazos cruzados sobre el pecho. Aparecían sus nombres y su especialidad, pero cada uno me clavaba los ojos de una forma diferente. Uno, dulce, sonriendo. Otro, picante… Sé que debería decir salado, pero miraba a la cámara con lascivia. Quemaba. Un tercero lo hacía de manera bastante agria. ¿Cómo se podía mirar así a un fotógrafo para sacarse una foto? El cuarto estaba enfadado con el mundo, sin duda alguna. Amargo... Miré a la cara a los cuatro cocineros y la que se enfadó con el mundo, de pronto, fui yo. Llevaba muchos años cenando en aquel bareto de bocadillos mientras estudiaba enfermería en la universidad, y de pronto cambiaba de imagen, de comida, de dueños, e incluso de nombre. Eso había sucedido mientras pasaba dos meses fuera de Barcelona, visitando a mi...
Libros, libros y más libros.