Fernando Alvarado vive atormentado por su suerte, ser el señor de Bellavista con el trasfondo que eso encierra. Lo único que aplaca el alma del rico y joven heredero es la llegada de las vacaciones y el arribo de la señorita Celeste a la hacienda vecina. Cuando lo mandan a estudiar a Europa, teme que a su retorno la encuentre comprometida, le ruega que lo espere, que a su regreso la convertirá en su esposa y sellan el pacto con un beso en los labios: «Cada vez que la tengo al alcance de mis ojos pierdo las riendas de mi corazón, galopa desbocado, me deja sin aliento, me arrasa; quiero hacerla mía para siempre». Celeste Pontevedra desea casarse por amor y sólo ocurrirá si la vida la une a Fernando sin límites de tiempo. Creció amándolo desde la más tierna edad. Vivirá para esperarlo, aunque eso le depare sortear a cuanto pretendiente aspire a su mano, los habrá con las intenciones más nobles y con las más perversas: «Nada como su mirada para encenderme por dentro». ...
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