El día en que Margareth cumplió los dieciocho, varios sucesos extraños empezaron a darse en su día a día. Recordaba el día en que Estrella, su madre, le explicó que no era una simple humana y que debían refugiarse en una fortaleza. Margareth jamás imaginó ser descendiente de la realeza y mucho menos ser la hija de la reina de las hadas.
Cuando recogieron todas sus pertenencias del pequeño piso que Estrella había alquilado hacía catorce años en Toronto, emprendieron su viaje hasta los bosques de Quebec donde varios seres mágicos aguardaban con impaciencia su llegada. Allí había vivido sin problemas desde los catorce años, jamás imaginó que su felicidad estuviese en juego.
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