En medio del frío y la sangre que tiñe el suelo de Malvinas, Eduardo huye corriendo y deja a su hermano mellizo morir cruelmente bajo las torturas del sargento Giménez.
Hoy Eduardo todavía corre, pero para huir de sí mismo. Aún no se anima a redimirse con su hermano, porque los soldados que buscaron a sus torturadores terminaron bajo tierra. Hace 33 años que no soporta más el dolor que le produce la culpa. La cobardía lo asfixia, lo mata poco a poco.
Por eso ahora le cuesta respirar mientras mira el e-mail que acaba de recibir. Está escrito en clave y tiene adjuntado la foto de la tropa. ¿Pero qué significa semejante provocación tanto tiempo después? ¿Alguien quiere decirle algo sobre el asesinato de su hermano?
Enceguecido por el viejo odio, Eduardo empieza a investigar las respuestas. Pero el terror que reprimió durante tres décadas se le despierta al ver que el e-mail parece provenir del diabólico entorno de Giménez. Y tiembla al entender que las puertas del infierno se están abriendo de nuevo. O quizás nunca se cerraron.
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