La novela arranca en la ciudad francesa de Narbonne, donde Mario, uno de los protagonistas, viaja para arrojar al río las cenizas de sus esposa. Sin embargo, en el último instante, decide lanzarse él también al agua. Solo la intervención de un enigmático anciano que aparece de repente, evita que ocurra.
Jean, que es el nombre del recién llegado, le confiesa que necesita su ayuda. Siente cerca el final de su vida y, en las últimas semanas, ha cobrado fuerza en su interior la necesidad de resolver un asunto que tiene que ver con un pasado que no recuerda a causa de un accidente. Mario se resiste en un principio a ayudar a aquel desconocido, pero termina accediendo convencido de que ya no le queda nada por lo que seguir respirando.
El punto de partida no invita precisamente al optimismo. Jean solo cuenta con una vieja fotografía y el recurrente recuerdo del mar y de las amapolas.
No obstante, eso no es obstáculo para que emprendan un viaje al pasado con tal de recuperar las piezas de un puzzle lleno de sorpresas, de secretos, de muerte incluso. Pero, al mismo tiempo, es un viaje a la raíz misma de la naturaleza, de la de los dos. La presencia del mar, como también del espíritu de Berta, la esposa de Mario, será continua y fundamental a lo largo de su particular odisea.
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