Isabela Brandal es una importante ejecutiva de una reconocida empresa constructora, pero en un parpadear pierde todo lo que ha logrado y no tiene más remedio que aceptar la invitación que, a través de una carta, le ha hecho llegar su desconocida tía Ernestina para que vaya a pasar una temporada a sus campos. Nunca se imaginó que ella, una elegante mujer de ciudad que combina las prendas a la perfección, terminaría dando órdenes en el huerto de verduras de su tía; y mucho menos que tendría que lidiar con un empleado arrogante, descarado, holgazán y encima mal vestido, que no sabe nada de huertos; aunque según tía Ernestina, que lo adora, es el más noble de los vecinos del pueblo.
Renzo Valentín es el noble vecino, y lo que menos desea es tener a una ciudadana de tacones kilométricos y ropas de seda, perfectamente combinadas, mariposeando por el tranquilo y humilde pueblo. El día que ella lo confunde con un vago y lo contrata como peón no la saca del error sino que acepta el empleo que le ofrece en el huerto que él plantó para que Ernestina solucionara sus problemas económicos, y se somete a las directivas que imparte sin arte ni concierto esa ejecutiva de tacones que no sabe ni como cortar una planta de acelga.
Tía Ernestina es una mujer generosa y solidaria, pero le ha quedado el trauma de haber sido abandonada en el altar por su novio de juventud, que se casó con Marta, su hermana melliza. La llegada de su sobrina remueve viejos anhelos que creía olvidados. Como ella no tuvo la dicha de pasar por el párroco desea ver su sueño cumplido en su elegante sobrina, y hará cualquier cosa para casarla con Renzo. Pero Aldo Valentín, el padre de Renzo, tiene otros planes.
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