Creía que ya lo había perdido todo. Y entonces temí perderla a ella.
Fumaba como un camionero y bebía como un alcohólico, pero sigo peleando como un animal. Soy el novio que ninguna madre querría para su hija; tatuado, sobreprotector y con un pasado oscuro. Era joven e imbécil cuando decidí meterme en el ejército, y un monstruo cuando me decidí retirarme.
El gobierno, para convertirnos en máquinas de matar, nos daba heroína. Cuando llegué a casa y me miraba al espejo me costaba aguantarme la mirada. Me odiaba a mí mismo. Odiaba a todo el mundo. Me sentía roto. Aún no sé si quería castigarme, matarme o sentir algo, pero comencé a meterme en peleas clandestinas. Me sacaba un auténtico dineral a cambio de cuatro moretones en la cara. Tenías que ver al otro; no había oportunidad contra un veterano de guerra.
Y entonces Héctor me salvó, ofreciéndome un trabajo como instructor de artes marciales mixtas en su gimnasio. Un gimnasio de un barrio obrero, pobre… y oprimido. Cada dos por tres venía la mafia rusa del barrio a pedir dinero y, por primera vez en mucho tiempo, yo conseguía espantarlos a golpes.
Hasta que apareció Estefanía, mi nueva alumna. Por primera vez en mucho tiempo me sentía vivo, inspirado por aquella joven que rezumaba belleza, fuerza y gracia. Por primera vez en mucho tiempo fui capaz de amar, y ese fue mi mayor error. Por primera vez, la mafia tenía algo con lo que amenazarme.
Pero Estefanía era mi nueva heroína, y no iba a dejar que nada, ni nadie, la tocase un solo cabello. Aunque tuviese que viajar al mismísimo infierno para protegerla.
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